El último burlón

Gibraltar, 25 de enero de 1830. A poco más de una hora de ser ejecutado en la horca, el gallego Benito Soto, el más conocido y sanguinario pirata de su tiempo, inicia un viaje en la memoria desde la celda en la que se encuentra preso, agotando sus últimos minutos de vida, sin arrepentimiento alguno.

Al ritmo de los martillazos de los hombres que afuera preparan la horca donde le colgarán por casi cien asesinatos y el saqueo de media docena barcos, viajaremos con Soto desde la primera vez que embarcó en Pontevedra, siendo casi un adolescente, hasta que se amotinó y acabó gobernando el bergantín al que puso nombre de “Burla Negra” para iniciar con él la vida que tanto soñaba. Una vida de piratería que finalmente le llevaría al encuentro de la soga en Gibraltar, último puerto que alcanzaría como el último pirata.

A través de un poco más de una hora, le veremos organizar motines, abordar fragatas inglesas, hundir buques a cañonazos, vencer a tormentas en las que rugirán los truenos, ajusticiar a su manera a marineros poco leales, alcanzar islas y puertos del Caribe, de África, hacerse con tesoros que llevar a Galicia, donde beber y reír con su tripulación. Pero, sobre todo, le veremos añorar a su madre en las noches despejadas y llenas de estrellas, cuando el mar y el cielo queden en una calma perfecta, y el pirata se desprenda de Soto para dejarnos solo a Benitiño, aquel niño de Pontevedra que recuperará ciertas canciones marineras lejanas que solía cantarle su madre. A súa nai, que permanece esperándole en su lejana tierra del alma. A súa nai, por quien se lanzó a ese infinito insondable llamado océano, con el propósito de conquistarlo de cualquiera de las maneras, y así poder regresar con tesoros que pudieran darle otra vida más digna y tranquila a súa nai… a nai do último pirata.